Ciudad derruida.

Alguna vez me pare frente a ella, di algunos pasos vacilantes en su alcoba al tiempo que ella se escondía de sí misma tras el espejo. Desde su parapetado lugar me preguntó ¿Qué quieres?, como los granaderos suelen desperdigar a los manifestantes enardecidos. Aguardé mi respuesta, no porque la estuviera formulando o definiendo, sino para darle un tono teatral al asunto y que ameritara la misma fuerza de su pregunta. Imaginé que las luces de las velas me ayudaban, enmarcaban mi rostro y mi mirada, mis labios y mi nariz, mis brazos y mis piernas.  Me acerqué levantándome las mangas de la camisa con ligera tranquilidad, como si fuera a hacer un trabajo pesado; aspiré el humo del cigarro, sonreí  ladeando los labios para avisarle el tipo de respuesta que podía esperar de mí. Le di algunos segundos para que adivinara. Por fin respondí mientras me clavaba en sus ojos Quiero perder. Incendié mi breve respuesta. Quiero Perderlo todo. Mi cordura, mi amor, mi lógica, mi piel, mis cicatrices, mis manos, y mis deseos; quiero dejar de soñar. Quiero que la danza de las sombras alivien mi duelo por la humanidad. Su desconcierto me pareció divertido, pero no a la forma de jugar con ella, sino porque se reconoció en mi. Intercambiamos los cuerpos, ahora yo era quien hacía la pregunta y ella quien debía de responder. Sus ojos verdes parecieron abrirse más, y más, sus párpado ya no le alcanzaban. Esa no era una respuesta in strictu sensu, sino más bien la evasión de un loco.

Su alcoba como olvidarla, sudor, palabras, nicotina, olor a hojas, citas, poemas, sonetos, vino, incienso, velas, lociones, caricias, besos, soles en la noche y lunas en el día. Era mi mundo, el éter donde debía permanecer como los insectos yacen en el ámbar  Ahí fue la primera vez que me partí, que me desdoblé. Los huesos siguen existiendo, como Colonia  después de la ocupación de los Aliados, quemados, derruidos, como piezas motoras y no de existencia. Yermos. Ya no soy yo, ahora tan solo me parezco a mí.

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