Mirandonos con las voces ajenas.

Discurriendo un poco, comienzo a creer que es relevante conocernos a nosotros mismos, lo malo es que siempre desde las ópticas de los seres cercanos a nosotros, ya que es imposible para un individuo sustraerse de sí mismo y evaluar con una óptica diferente su todo, y la realidad en la que se halla inmerso. También es cierto que cuando afloramos o exponemos todo lo que pensamos, realmente lo que hacemos es charlar con nosotros mismos, de alguna forma absorbemos y liberamos nuestro ser, lo que somos.

Digamos que cada individuo posee una cosmovisión de normalidad, una perspectiva de partida, de la cual jamás podrá deshacerse y con ayuda de ésta transformará su mundo. Ese mismo individuo, yo, tú, él, nosotros; ustedes, ellos y ellas, conoce a los demás seres y objetos que lo rodean cruzando fuego con su propia perspectiva, que sobra decir, nutrida con el pasar de los años y de las experiencias; así se forjará una posición, el individuo, ante un hecho específico, asumiendo que elaboramos en todo momento de lo particular a lo general. Nuestra voz interior dota de color el mundo, de formas y de movimientos, llena de entendimiento, da las pautas para sobrevivir.

Pero que pasa cuando se trata de mirar hacia los adentros, esa perspectiva inicial no es tan exacta, o mejor dicho, no es aplicable a tal empresa. Erigimos una visión interna con lo que rescatamos, construimos, armamos y modificamos de las diferentes visiones que nos vienen alimentando poco a poco desde que nacemos. Nos miramos, hacia el interior con ojos del exterior ¿curioso no?.

El punto que quiero dar a entender es que realmente sí importa lo que la sociedad diga de nosotros, o al menos un grupo muy selecto que sea tanto detractor como partidario. Sin esas opiniones que pesan como lápidas, simplemente no podríamos llegar a conocernos, ni apenas lo básico. 

Cuando entablas una plática inteligente, y haces uso del cúmulo de conocimientos que has adquirido y puesto a disposición de eso que llamamos ideología, es posible mirarnos hacia dentro, porque realmente estamos en una solidificación de nuestros adentros, contrastando la endebles o fuertes que pueden ser nuestros argumentos.

Un hombre sin argumentos no es nada ni nadie, simplemente no existe.

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