Demonios.

Las obsesiones están presentes todo el tiempo, al menos en mi. Lo malo de ellas es que tienden a instalarse siempre hacia lo negativo. Me atormenta pensar que las cosas no salen como las espero, ni siquiera como las planeo, dejándome una sensación de vacío y desolación.

Es curioso, mientras más me enfoco en el cumplimiento de esas metas peor me va, como si alguna válvula en mi mente recibiera señales cruzadas y pareciera que indico lo contrario. Resulta lo contrario.

No sé en que momento sucede el apaciguo de mis tormentos, quizá sea cuando los dejo de oír; y sólo así recibo resultados gratos. Ahora, el problema es generar la fórmula mágica, pensando en que existe una cura para mi mal, para dejar ir esos problemas, ya que deben de obedecer a todo tipo de circunstancia, y por ende solucionarlas independientemente de su origen.

Podría ser que con el paso de las letras pueda irse, al menos aliviarse un poco esa carbonizante sensación de frustración se posesiona de mi alma, al punto de infringirle yagas difíciles de curar. Con estas palabras espero reconocerme y reconfortarme, al menos para salvar el día. Un día más.

La razón me dice una cosa, el estado anímico me dice otra.

La irá sucede a la obsesión, no es nada más que otra cara de la insaciable frustración, para desatar los demonios, a todos y cada uno, de las cárceles que yo mismo edifiqué con la piedra más dura que mi mente me permitió. Incontrolable es la sensación, inunda mis pulmones, inunda mi voz; la transforma, la cambia, aún así sigue conservando todo lo que alguna vez fue, es decir, como si la ira fuera un cimiento, al igual que la felicidad, de una única persona; yo.

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